Domingo por la mañana, abro el periódico y encuentro “epidemia” en
diversos artículos de distintas páginas. Eso impacta. Me pregunto si se
trata de un rasgo de nuestra época, del nombre del funcionamiento social, de un
funcionamiento que en sí mismo es, digamos, epidémico.
Este fenómeno es hoy la epidemia misma: todo se generaliza, todo es
afectado, infectado, homologado. Para que una idea exista parece necesario que
lo sea “Para Todos”, así adquiere consistencia y un valor. Podríamos decir:
“Todos somos epidemia”
Es el fenómeno que mejor define nuestro tiempo. Un tiempo de
generalizaciones, de igualdades, donde aquello que se distingue es sospechoso.
Curiosa época que hace de la diferencia una enfermedad, de la particularidad un
motivo de sospecha, del pensamiento un peligro.
Lo importante pasó a ser lo que tenemos en común: el trastorno que
padecemos, el rasgo que nos segrega. Un esfuerzo por ser idénticos y estar
incluidos en la misma clase. Se recurre al “Todos somos…” como un modo de
inscripción. Se crean innumerables asociaciones reunidas en torno a
enfermedades, problemas sociales, asuntos culturales, poblacionales, rasgos
psicológicos, etc.
No pertenecer a un colectivo hace suponer un paria porque deja al
sujeto sin nombre en común, ese nombre verdadero que da consistencia a la
existencia, falta el propio nombre que es también el nombre del Otro.
¿Qué valor tiene saberse perteneciente al conjunto del “todos somos….”, sino el
de intentar trocar el sufrimiento en razón de existir, en consistencia?
Existe una frase mítica en torno a la llegada de Freud a Estados Unidos que
dice que los americanos no sabían que les estaban trayendo la peste; una
referencia a los efectos del Discurso Analítico en la subjetividad. Hay que
decir que de alguna manera eso fue lo que pasó, la peste penetró en la sociedad
pero fue transformada y puesta al servicio del Ideal americano: american way of life. Finalmente hubo
un efecto epidémico.
La multiplicación constante de nombres y de agrupaciones parece no tener
fin. Nunca se podrá encontrar el nombre que nombre a Todos.
La gran apuesta sería intentar reintroducir “la peste” de la singularidad,
del lenguaje, del sinthoma y
hacer con ella el verdadero combate a la epidemia.
Patricia Heffes
Cada época tiene sus epidemias.
Y es necesario preguntarnos sobre las nuestras.
Parece bastante evidente que la mayor de nuestro tiempo es el racismo.
Sabemos que tiene mil caras.
Sus manifestaciones son múltiples y con enorme facilidad se hacen víricas.
No hacen falta
para ello muchas ideas. Por el contrario, la falta de ideas las potencia.
Es decir que están
por todos lados.
En los descarnados
escenarios donde se cerca a los refugiados, en el desprecio hacia las mujeres,
en la indiferencia hacia los ancianos, los discapacitados, los autistas…y
podríamos seguir.
Grupo tras grupo. Y
ordenarlos en una larga lista.
Cada uno con su etiqueta. Hashtag
si quieren.
Somos todos segregados.
Vivimos rodeados de alambre de púas.
El historiador Reviel
Netz tituló así un estudio que leí hace poco, - (“Alambre de púas”-. Eudeba).
En él recorre la historia del impedimento del movimiento desde la conquista del
Lejano Oeste y hasta la mitad del siglo XX. Considera que reducida a una
fórmula la historia consiste en humanos que transforman el terreno para impedir
el movimiento de los animales y de otros humanos y concluye que hay una
relación directa entre el impedimento y la violencia.
El poder utiliza el
temor a lo que viene de fuera para silenciar, para intimidar.
Otra manera de dominio es colocar a cada uno en la casilla de alguna categoría
que lo define. No hace falta más que un solo rasgo.
Es sorprendente como
esta maniobra tan alienante ha penetrado hasta convertirse en una verdadera
adicción. Ahora se clama para integrar alguna categoría, para sentirse en
terreno seguro y obtener la respuesta al ¿quién soy?
Ahora eso sí,
impedida de movimiento la humanidad queda impedida de pensamiento. (Ver: la
aparición de Trump en el escenario de la política).
¿Nos resignaremos a
ser una humanidad simplificada?
Shula Eldar